Comentario
CAPÍTULO XVIII
Del suceso que tuvieron los tres capitanes en su viaje y cómo llegó el ejército a Xuala
Los tres capitanes recibieron pena del motín que los infantes intentaban porque llevaban tres caballos enfermos de un torozón que el día antes les dio y les era impedimento para no poder caminar todo lo que los peones querían. Y así les dijeron que por un día más o menos de camino no era razón desamparasen tres caballos, pues veían de cuánto provecho y ayuda les eran contra los enemigos. Los infantes replicaron diciendo que más importaba la vida de trescientos castellanos que la salud de tres caballos y que no sabían si duraría el camino un día o diez o veinte o ciento y que era justo prevenir lo más importante y no las cosas de tan poco momento. Diciendo esto ya como amotinados, dieron en caminar sin orden a toda prisa. Los tres capitanes se pusieron delante y uno de ellos, en nombre de todos, les dijo: "Señores, mirad que vais donde está vuestro capitán general, el cual, como sabéis, es hombre tan puntual en las cosas de la guerra que le pesará mucho saber vuestra inobediencia y el quebrantamiento de su mandato y orden. Y podría ser, como yo lo creo, que hoy o mañana, y, a lo más largo, esotro día, lo alcanzásemos, que no es de creer que dejándonos atrás se aleje tanto. Y, siendo esto así, habríamos caído en grande mengua y afrenta que, sin haber pasado extrema necesidad, hubiésemos hecho flaqueza en temer tanto la hambre incierta, que, por sólo el temor de ella, hubiésemos desamparado tres caballos que son de estimar en mucho, pues sabéis que son el nervio y la fuerza de nuestro ejército y que por ellos nos temen los enemigos y nos hacen honra los amigos. Y, pues se siente y llora tanto cuando nos matan uno, cuánto más de llorar será que por nuestra flaqueza y cobardía, sin necesidad alguna, no más de con las imaginaciones de ella, hayamos desamparado y perdido tres caballos. Y lo que en esto veo más digno de lamentar es la pérdida de vuestra reputación y de la nuestra, que el general y los demás capitanes y soldados con mucha razón dirán que en cuatro días que anduvimos sin ellos no supimos gobernaros ni vosotros obedecernos. Mas, cuando se haya sabido cómo el hecho pasó, verán que toda la culpa fue vuestra y que nosotros no éramos obligados más que a persuadiros con buenas razones. Por tanto, apartaos, señores, de hacer cosa tan mal hecha, que más honra nos será morir como buenos soldados por hacer el deber que vivir en infamia por haber huido un peligro imaginado."
Con estas palabras se aplacaron los infantes y acortaron las jornadas, mas no tanto que dejasen de caminar cinco y seis leguas, que era lo más que los caballos enfermos podían caminar.
Otro día, después de apaciguado el motín, caminando estos soldados a medio día, se levantó repentinamente una gran tempestad de recios vientos contrarios con muchos relámpagos y truenos y mucha piedra gruesa que cayó sobre ellos, de tal manera que, si no acertaran a hallarse cerca del camino unos nogales grandes y otros árboles gruesos, a cuya defensa se socorrieron, perecieran, porque la piedra o granizo fue tan grueso que los granos mayores eran como huevos de gallina y los menores como nueces. Los rodeleros ponían las rodelas sobre las cabezas, mas con todo eso, si la piedra les cogía al descubierto, los lastimaba malamente. Quiso Dios que la tormenta durase poco, que si fuera más larga no bastaran las defensas que habían tomado para escapar de la muerte y, con haber sido breve, quedaron tan mal parados que no pudieron caminar aquel día ni el siguiente. El día tercero siguieron su viaje y llegaron a unos pueblos pequeños cuyos moradores no habían osado esperar en sus casas al gobernador y se habían ido a los montes. Solamente habían quedado los viejos y viejas, y casi todos ciegos. Estos pueblos se llamaban Chalaques.
A otros tres días de camino después de los pueblos Chalaques alcanzaron al gobernador en un hermoso valle de una provincia llamada Xuala, donde había llegado dos días antes, y, por esperar los capitanes y los trescientos soldados que en pos de él iban, no había querido pasar adelante.
Del pueblo de Cofachiqui, donde la señora quedó, hasta el primer valle de la provincia Xuala, habría por el camino que estos castellanos fueron cincuenta leguas poco más o menos, toda tierra llana y apacible, con ríos pequeños que por ella corrían, con distancia de tres o cuatro leguas de tierra entre unos y otros. Las sierras que vieron fueron pocas, y ésas con mucha hierba para ganados y fáciles de andar por ellas a pie o a caballo. En común, todas las cincuenta leguas, así de lo que hallaron poblado y cultivado como lo que estaba inculto y por labrar, eran de buena tierra.
Todo lo que se anduvo desde la provincia de Apalache hasta la de Xuala, donde tenemos al gobernador y a su ejército, que fueron (si no las he contado mal) cincuenta y siete jornadas de camino, fue casi el viaje al nordeste, y muchos días al norte. Y el río caudaloso que pasaba por Cofachiqui, decían los hombres marineros que entre estos españoles iban que era el que en la costa llamaban Santa Elena, no porque lo supiesen de cierto sino que, según su viaje, les parecía que era él. Esta duda, y otras muchas que nuestra historia calla, se aclararán cuando Dios Nuestro Señor sea servido que aquel reino se gane para aumento de su Santa Fe Católica.
A las cincuenta y siete jornadas que estos españoles anduvieron de Apalache a Xuala echamos a una con otra cuatro leguas y media, que unas fueron de más y otras de menos y, conforme a esta cuenta, han caminado hasta Xuala doscientas y sesenta leguas, pocas menos. Y de la bahía de Espíritu Santo hasta Apalache dijimos habían andado ciento y cincuenta leguas, de manera que son, por todas, cuatrocientas leguas, pocas menos.
En los pueblos de jurisdicción y vasallaje de Cofachiqui por do pasaron nuestros españoles hallaron muchos indios naturales de otras provincias hechos esclavos, a los cuales, para tenerlos seguros y que no se huyesen, les deszocaban un pie, cortándoles los nervios por cima del empeine donde se junta el pie con la pierna, o se los cortaban por cima del calcañar, y con estas prisiones perpetuas e inhumanas los tenían metidos la tierra adentro alejados de sus términos y servíanse de ellos para labrar las tierras y hacer otros oficios serviles. Estos eran los que prendían con las asechanzas que en las pesquerías y cacerías unos a otros se hacían y no en guerra descubierta de poder a poder con ejércitos formados.
Atrás dijimos cómo el capitán y contador Juan de Añasco fue dos veces por la madre de la señora de Cofachiqui y no dijimos la causa principal por que se hizo tanta instancia y diligencia por ella. Y fue porque los españoles habían sabido que la viuda tenía consigo seis o siete cargas de perlas gruesas por horadar y que, por no estar horadadas, eran mejores que todas las que habían visto en los entierros, las cuales, por haber sido horadadas con agujas de cobre calentadas al fuego, habían cobrado algún tanto de humo y perdido mucha parte de la fineza y resplandor que de suyo tenían. Querían, pues, los nuestros, ver si eran tan grandes y tan buenas como los indios se las habían encarecido.